Una pieza de baile

La conocí hace 4 meses en mis primeras clases de salsa. En una de tantas sesiones en las que hacían falta mujeres para bailar, ella se aproximó para apoyar al profesor. En el turno que me tocó bailar con ella, me sorprendió su manera tan profesional al moverse. Mantenía un ritmo que no había experimentado antes al estar practicando con otra pareja.

  • ¿Cómo te llamas? — pregunté al terminar el turno
  • Vane — escuché.

El maestro para enseñar el próximo paso siempre ocupa una mujer, en esta ocasión ella le asistió. Me mantuve en trance durante cada paso y giro suyo. Un deleite visual.

Los meses pasaron y cada vez que me tocaba bailar con ella, me maravillaba.

Una noche al terminar una clase, salí por la puerta y coincidió que la viera saludando a su novio con un cálido beso. Captó mi atención por un segundo, luego me encaminé a casa.

Hace dos semanas mientras practicaba unos pasos con ella le cuestioné si pensaba ir al evento social que realizaba la academia. A lo cual me respondió “no”, debido a que carecía de dinero.  

  • ¿Por qué no te lo paga el novio? — interrogué con curiosidad
  • No tengo novio. Terminé con él hace un par de semanas — me dijo. Sonreí
  • ¿Irías si yo te invito? — elaboré rápidamente y se quedó mirándome de forma dudosa

Al terminar la clase le solicité una respuesta. Aceptó, con la condición de que ella me devolvería el dinero. Le brindé mi teléfono para luego comunicarnos por el pago. En espera de una compañera que nos diera un raid al evento, nos quedamos hablando. Me hizo saber la razón tras terminar con el novio, sus inicios en la salsa y su pasión por la repostería. Historias que guardo en mis adentros. Me sorprendió la charla tan íntima que surgió, ninguna persona de la academia me había ofrecido esa comodidad y apertura. Tras casi una hora de conversación, nos trasladamos al evento de baile. Al llegar, noté que era muy popular en la pista. Todos le invitaban a bailar. En cambio, yo, me mantuve voluntariamente sentado gran parte de la noche, no sé cuánto tiempo habré pasado mirándole durante la velada. Tras el cansancio y por la hora partimos de manera grupal.

  • ¿Cómo te llamas? — le preguntaron
  • Vania — respondió.
  • ¿Vane o Vania? — cuestionaron nuevamente.
  • Vania — afirmó.

El siguiente lunes coincidimos nuevamente al terminar la clase a las 9:00 p.m. Debido al ruido musical en la academia, me comentó que saliéramos a charlar en la calle dónde abundaba la calma. Me hizo saber que tenía un ensayo hasta las 10:00 p.m.  Platicamos sobre su fin de semana, fue a la playa. Durante la conversación percibí indirectas para que la invitase a salir, no me sentí con la suficiente seguridad y me marché tras cinco minutos de charla. Me sentí cobarde camino a casa.

El miércoles se repitió la primera escena nuevamente. Solamente que en esta ocasión yo tomé la iniciativa. Estuvimos juntos en el parque de las Palapas. Me impartió consejos sobre cómo ser mejor bailarín y charlamos sobre la condición médica de mi padre. Me reconfortaba en los momentos que se me dificultaba hablar. Tenía planeado invitarle al Café Antoinnette. Tras nuevas indirectas, ahora no titubeé en preguntarle. Ella aceptó.

No me considero supersticioso, pero he de mencionar que tengo ropa favorita para salir. Camisa, pantalón de vestir y zapatos. Cualquiera que me conozca se hubiera extrañado. Es difícil verme en la calle que no sea con ropa deportiva. Acordamos el sábado a las 12:30 en el sitio. Llegué puntualmente a la cita. Tras unos mensajes de disculpa por su demora llego al encuentro. Lucía una elegancia minimalista. Me acerqué a abrazarle, optamos por una mesa solitaria al exterior rodeada tanto de plantas como aves. Enfatizo al hablar que ella suele comer poco, lento y múltiples veces al día, se comparó con un conejo. Si alguien me preguntará por tal metáfora, tal vez me catalogaría como un puto jabalí. Ella continúo hablando sobre su familia e incluso me mostró fotos de sus integrantes. Cada uno solicitó a la mesera un sándwich con su respectiva bebida. Yo un ice long black y ella un frappé de Nutella. Llegada la orden procedí a devorar mi comida mientras le escuchaba. A mitad de su platillo se quedó mirando con disgusto la ensalada. Me hizo saber que alguna vez tuvo un conejo mascota llamado “Cuco”, quién curiosamente detestaba zanahoria y lechuga. Vaya conejo más subversivo, pensé. Al final, fui yo quien se terminó comiendo la lechuga. Salimos del restaurante y la tomé de su mano. El sosiego nos acompañó hasta el malecón para ver la laguna.

  • ¿Qué significa “Vania”? — pregunté mientras disfrutábamos de la brisa marina
  • Diosa de los vikingos — contestó
  • Vaya nombre para una mujer chaparra de ascendencia oaxaqueña — contesté mientras reía. Ahora entiendo porque Cuco estaba en contra de los estereotipos

Luego me platico sobre sus planes futuros y dilemas actuales. Le escuché atentamente, debatimos sobre posibles soluciones e intenté remover sus inseguridades. En la medida de lo posible mantenía agarrada su mano, ya sea que estuviésemos de pie o me encontrara recostado en sus muslos en posición boca arriba. Tras superar su umbral de calor sugirió que nos dirigiéramos a plaza las Américas para refrescarnos en el aire acondicionado. Cruzamos una avenida y nos encontrábamos esperando a que disminuyera el tráfico en el camellón. Volteé a ver su rostro. El sol iluminaba una faz brillante por el sudor, exhibía una resplandeciente sonrisa. ¡Puta madre! ¡¿Cómo chingados no la besaste, Miguel?! Supongo que me acobardé nuevamente. Cruzamos la segunda avenida y entramos a la plaza.

  • ¿Por qué te limpias la mano? — pregunté tras ver que eliminaba el sudor de su mano y tomaba la mía nuevamente
  • Es que una vez salí con un chico que le daba asco mi sudor — respondió
  • ¡Que puto! — dije. No sé si pensaba en ese random o expresé enojo conmigo mismo.

Caminamos a lo largo de la plaza e hicimos una parada en la heladería. Me comentó que aún se encontraba llena por el almuerzo, así que solamente compré un helado y una botella de agua para que Vania se hidratase. Admití que caminé en modo automático y lo único en que me concentré fue en mi helado de yogur. Encontramos una tienda de mascotas y ella centró su atención en sus orejudos amigos. Señalé uno que me resultaba bonito y me hizo saber que no le gustaban los conejos blancos de ojos rojos. Hallamos asientos y disfruté las últimas gotas de mi helado. Coloqué unos cuantos besos en su mejilla, pero no parecía inmutarse. Nos levantamos y le acompañé hasta su respectiva ruta de transporte a casa.

  • ¿Te gustaría ir a la playa la siguiente semana? — cuestioné mientras caminábamos
  • Yo te aviso — respondió.  Sembrándose en mi la idea de que tenga a alguien más en su corazón.

La despedí con un fuerte abrazo frente a la combi y caminé cabizbajo. Abordé mi respectivo transporte. Encontré una tremenda quemadura por el sol en mi brazo izquierdo.

La noche siguiente le compartí imágenes de conejos que pudiesen ser de su agrado. Entrecruzamos un par de palabras y se despidió con un “Linda noche” a las 22:26. Subió un estado a las 22:56. Destilaba un tinte romántico, posaba alegre con un hombre particularmente serio. Asenté mi celular tras bloquearlo. Observé fijamente mi reflejo en la pantalla.

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